Las historias que perduran

Durante miles de años, la historia del pueblo judío se ha relatado en capítulos. Cada generación ha llevado consigo lo que vino antes, agregando su propia página a un rollo continuo. En Simjat Torá, el día más alegre del calendario judío, celebramos la conclusión de la Torá e inmediatamente comenzamos un nuevo ciclo.

Mientras cerramos el capítulo final, la historia no solo se reinicia con nuestros ancestros, sino también con nosotros. Hoy, continuamos los pasos de aquellos que construyeron y defendieron nuestra tierra.

Las palabras que leerán a continuación no son preguntas y respuestas, sino testimonios de remembranza. Familiares y amigos hablan sobre sus seres queridos - su coraje, su fe, su humanidad.

Estas historias no son memorias distantes; son extensiones de un legado que nuestro pueblo ha llevado consigo durante siglos. Estas vidas y palabras nos recuerdan que la historia judía sigue siendo escrita, una voz a la vez.

15.10.25
FDI

Ariel Sosnov era más que un soldado. Para Atara, él era su otra mitad: la primera persona a la que llamaba en momentos de felicidad y tristeza, y la persona con quien imaginaba su vida. Era carismático, cálido y tenía un corazón que se preocupaba por los demás. “Él es el tipo de persona que conoces una vez y se queda en tu corazón para siempre”, describe Atara.

Desde que tenía 16 años, Ariel se dedicó a ayudar a otros. Era voluntario en cuatro grupos juveniles para niños con necesidades especiales, donde soñó con ser maestro. En uno de ellos conoció a Atara.  Ella dice que él vivía su propósito cada día.

Ella compartió que, tras la masacre del 7 de octubre, Ariel sentía una gran necesidad de servir. Motivado por el deseo de marcar una diferencia, se enlistó un mes después en el Batallón 605 de la Brigada Barak Armada de Ingeniería. Tras ocho meses de entrenamiento, Ariel sirvió en el frente. Pasó un mes en Gaza y fue al Líbano tres veces. Antes de ir al curso de comandantes, fue llamado al Líbano de nuevo para una misión. Atara estaba asustada pero se aseguró a sí misma: “Dos semanas más en el Líbano y sale y estará a salvo… y no tendré que preocuparme más”.

Atara recuerda la mañana que lo perdió. “Estábamos hablando por teléfono, teniendo una conversación totalmente estúpida”, y expresó que tuvo un mal presentimiento, “entonces sonó una sirena en el fondo, y él dijo ‘Vuelvo contigo en un minuto’”.

La línea quedó en silencio. Desde ese momento, Atara se ha aferrado a la presencia de Ariel en memoria y espíritu.

Lo describe como imposible de resumir con palabras. Si alguien que no lo conoció preguntara qué tipo de persona era, ella contaría la historia de un hombre que notaba las cosas que otros ignoraban. Recuerda la vez que él ayudó a una pareja ciega a llegar a casa tarde una noche, la manera en que hacía que todos se sintieran incluidos y la amabilidad sin límites que le mostraba a su familia, amigos y extraños. “Él siempre decía que debemos asegurarnos de estar aquí en nuestro país - orgullosos, felices, amándonos y apoyándonos mutuamente”, recuerda Atara.

Incluso ahora, ella lo siente guiándola. En una carta que le dejó, Ariel escribió: “Sé quien mereces ser”. Atara dice que él quería que fuese feliz y que continúe esparciendo luz. Lo que le da la fuerza para seguir adelante en medio de esta pérdida es la promesa que le hizo a Ariel: llevar su luz hacia adelante. Cada acto de bondad, cada gesto de amor, cada vez se esfuerza por seguir adelante.

“Creo en recordar a Ariel y su vida, no su muerte”. A pesar de que ya no está en cuerpo, dice Atara, su espíritu, sus valores, y su luz continúan viviendo a través de ella, asegurando que su historia y la diferencia que hizo nunca sean en vano. “Ariel y los 900 soldados que cayeron durante esta guerra son héroes en su muerte, pero también lo fueron en vida”.

Natan Rosenfeld iluminaba cada cuarto al que entraba y hacía que cada persona se sintiera como el amigo más especial que tenía. “Él amaba a cada persona que veía. Los hacía sentir especiales. Era sumamente empático”, recuerda su familia. Desde pequeño, Natan tenía un don increíble para la conexión. Se sentaba con personas, escuchaba atentamente y estaba ahí para ellos en sus momentos más bajos. Su empatía e inteligencia emocional atraían a las personas.

Para sus padres, él era “un chico extraordinario, que era independiente, pero igualmente amigable y muy compasivo”. Vivía su vida al máximo y siempre estaba haciendo planes con sus amigos. “Era un chico que vivía plenamente, que vivía a toda velocidad” dijeron. Incluso cuando le decían no, Natan encontraba la manera de hacer las cosas que amaba, porque creía en disfrutar del momento. Su lema era simple: Vive cada día como si fuera tu último.

La última vez que sus padres lo vieron, él estaba feliz. Justo antes de su última misión, hicieron una videollamada desde Gaza. El les mostró la mesa puesta para Shabat. “Cuando colgamos, estaba feliz”, dijeron, “y siempre estaba feliz. Era muy positivo respecto a lo que hacía”.

Esa positividad constante definía quién era Natan. Sus amigos lo sentían, su familia, e incluso extraños lo sentían. Tenía la capacidad de cambiar encuentros ordinarios a momentos de alegría.

Para su familia, lo más duro es su ausencia, pero también la forma en la que su presencia permanece en todos lados. “Cuando Natan estaba vivo, era solo Natan”, compartieron. “Pero ahora está en la mente de muchas personas, muchos corazones”. Sus padres creen que si él pudiese hablarles ahora, diría lo que siempre decía: Va a estar bien, sean felices, y vivan la vida.

Así que llevan su legado hacia adelante, no sólo recordando la vida que vivió, sino construyendo el bien a su nombre. “Decidimos que debe haber un bien que salga de esta tragedia”, dijo su padre.

Tantos momentos, como bodas y eventos escolares, ahora son dedicados a su memoria, una manera de esparcir la luz de Natan. Su familia cree que es su responsabilidad pasar de la oscuridad a la luz, seguir haciendo el bien, porque eso es exactamente lo que Natan hubiese querido.

Inclusive en su ausencia, Natan continúa guiándolos. Un chico que vivó al máximo, amó profundamente y dejó una luz que nunca se apagará. 

Omer Balva llevaba calidez y bondad donde sea que iba. Amigos y familiares recuerdan  su habilidad para conectar con todo el mundo. “Era la personificación de la bondad. Era alguien que siempre quería ayudar a otros, siempre quería estar ahí para los demás. Era simplemente muy amable”, compartió su amigo, el Cabo D.

Sus amigos recuerdan la manera en la que hacía que todos se sintieran vistos. Notaba cosas pequeñas que otros no veían, como la manera que alguien abrazaba o los signos sutiles de preocupación en el rostro de un amigo. “Era una de esas personas que simplemente… entendía más allá de lo que decían las palabras”, recuerda el Cabo D.

Omer creció en los Estados Unidos, rodeado por una familia amorosa y una comunidad que ayudó a formarse como la persona en la que se convirtió. Su niñez le inculcó un sentido de pertenencia a dos mundos: uno que lo crió, y el otro que eventualmente escogió.

A sus dieciocho años, se mudó a Israel y se enlistó en la Brigada Golani, guiado por el amor profundo del país y un gran compromiso por cuidarlo. Tras completar su servicio, continuó construyendo su futuro y fue a ganarse su licenciatura.

Cuando empezó la guerra, Omer estaba visitando familiares y amigos en los Estados Unidos. Pero después de unos días, regresó a Israel para servir en las reservas, volviendo el 15 de octubre de 2023. Poco después de regresar a su unidad en el norte, se enteró de las pérdidas que ya habían pasado, incluyendo la muerte de un comandante con el que era muy cercano. Fue una pérdida muy pesada, pero cuando surgió una misión peligrosa unos días después, Omer fue el primero en ofrecerse.

“Creo que necesitaban tres o cuatro personas para una misión en el borde del Líbano, y obviamente él fue el primero en ofrecerse. Había un misil antitanque que los vió. Fue asesinado en el lugar”.

Las noticias destrozaron a todo aquel que lo conocía y amaba. “Una vez me enteré que era real, me destruyó de una manera que nunca había sentido", expresó el Cabo D. “Ese fue probablemente uno de los días más difíciles de mi vida, sino el más difícil”.

Pero incluso en esta pérdida, el espíritu de Omer continúa. Su familia escogió una frase simple y poderosa para continuar su legado: “Sé amable”. Más que un eslogan, es la esencia de quién era él. Sus amigos recuerdan su madurez incomparable: “Omer siempre estaba un nivel por encima de todos cuando se trataba de madurez”. Tenía el coraje para hacer lo correcto, incluso cuando otros se quedaban en silencio.

Ese legado se siente profundamente entre quienes sirvieron a su lado. Hoy, el amigo cercano de Omer, el Cabo D., quien creció con él en Estados Unidos, sirve en el mismo batallón en el que estaba Omer, e incluso en el mismo pequeño grupo de once soldados que integraba el hermano menor de Omer. El vínculo que compartían es más que coincidencia. Para el Cabo D., se siente como si Omer lo hizo pasar: “Él querría que yo protegiera a su hermano menor y lo apoyara de la manera que él lo haría por él",  compartió.

Hoy, su familia y amigos lo llevan con ellos, no solo en memoria, sino también en sus acciones. Su bondad continúa inspirando, y su sacrificio aún guía a aquellos que lo conocieron. La historia de Omer no es solo sobre la manera que se fué de este mundo, sino también de la forma en la que vivió en él: simplemente amable.

La Cabo H., una amiga cercana de Osher Barzilay, la recuerda como alguien que era amiga de todos. No podías pasar al lado de Osher en el pasillo sin que te saludara con una sonrisa en el rostro y un “¿Cómo estás?”. Ella realmente quería escuchar tu respuesta. Tenía una forma de hacer que la gente se sintiera vista y querida.

El 7 de octubre, cuando el ataque en Nahal Oz comenzó, Osher estaba sirviendo en la sala de operaciones. Junto a sus compañeros, ella trabajaba conectando fuerzas terrestres con fuerzas aéreas. Luchó hasta el último momento, asegurándose que aquellos a su alrededor estuviesen seguros.

Incluso en el caos, le permitió a los demás utilizar sus teléfonos para mandar unos últimos mensajes y llamadas a sus seres queridos, mientras ella hacía lo mismo, enviando mensajes a su familia y a su novio diciendo que los amaba. Frente al terrorismo, ella permanecía altruista.

“Si la pudiera ver una vez más, le diría gracias”, expresa la Cabo H. “Siempre se aseguraba de esparcir luz y felicidad, y ser una buena amiga y buena persona para todo el mundo, sin importar lo que pasara”.

Una de las memorias más presentes para la Cabo H., que muestra el carácter de Osher, es de cuando estaban en su último año de secundaria, cuando Osher y la Cabo H. fueron puestas a cargo de la producción escolar. Juntas tomaron responsabilidad por 180 estudiantes, manejando todo, desde disfraces hasta el evento en sí.  

Al principio, la Cabo H. admitió que se sentía agobiada y estaba convencida de que iba a ser imposible llevar a cabo la producción. Pero Osher se mantuvo optimista todo el tiempo. “La primera vez que nos sentamos juntas, Osher dijo que sí podíamos”. Desde ese momento, el ánimo de Osher nos guió durante todo el desafío. Su fe en sí misma le daba a otros la fuerza en ese momento, y lo continúa haciendo hasta el día de hoy.

El coraje de Osher en su último día, la forma en que nunca se rindió, incluso en los momentos más aterradores, es lo que continúa inspirando a la Cabo H. para seguir adelante.

Para ella, Osher siempre será una heroína.